Trinidad de los Ángeles Sánchez Ávila

Sociedad Cooperativa Valenciana Corazón Verde

 

1.  ¿Cómo llegaste a trabajar con plantas y en qué consiste tu trabajo?

Mi relación con el mundo de las plantas es herencia de mi abuela materna, pero, ciertamente, sentir que ellas iban a ser una parte tan importante en mi vida surgió cuando dejamos un negocio, que etimológicamente significa que niega el ocio, y decidimos, o decidí, (hablo en plural porque nunca estuve sola en este proyecto) darme un tiempo para tratar de averiguar qué quería hacer en mi vida y no tardó mucho en llegarme la idea a mí me gustan las plantitas.

Este sentir fue el comienzo de un fabuloso periplo formativo y de investigación para ver qué podía surgir de ese sentimiento, es decir mi camino fue sentir-hacer-pensar.

Tras muchos cursos de agricultura, jardinería, plantas aromático-medicinales, llegó el que me permitió pasar a la acción, un curso de Educación Ambiental en el que aprendí a diseñar proyectos. El primero que desarrollé fue como docente y lo presenté en el Ayuntamiento de Alicante. Ese mismo año, comencé a dar cursos de plantas aromáticas, medicinales, jardinería... ¡fascinante! Uní casi sin darme cuenta dos pasiones: las plantas y la comunicación.

Viendo que a las personas les apasionaba el mundo de las plantas, decidimos (mi pareja y yo) abrir un herbolario con tienda y actividades, y ese proyecto se llamó “Corazón Verde”, que hoy es una cooperativa de formación con la que seguimos (co)creando proyectos e ilusionando a las personas por el mundo de las plantas.

Estudiar Antropología Social y Cultural y Etnobotánica me abrió aún más la mente a las numerosas posibilidades que nos ofrecen las plantas para establecer conexiones entre las personas y su entorno.

 

2. ¿Qué aporta tu trabajo a la sociedad? 

Ilusión y amor y respeto por la vida.

 

¿Y a la cultura? 

Pongo en contacto a las personas con su historia, con el uso tradicional de las plantas. Genero un hilo conductor entre las plantas, las personas y las formas de vida, entre diferentes generaciones (niños, abuelos, padres), entre diferentes culturas...

Desde hace tiempo, además de educadora ambiental –Corazón Verde nació como centro de Educación Ambiental, hoy Centro para el Desarrollo Humano Sostenible–me defino como etnobotánica, pues me fascina conocer la relación del ser humano con el mundo de las plantas desde el punto de vista económico, social, ambiental, cultural, gastronómico, etc.

 

3.  ¿Un lugar verde que sea especial para ti?

Un huerto ecológico, la montaña del Maigmó de Alicante.


4. ¿Tienes un libro o una película sobre la naturaleza (flora) que te haya marcado?

Trato de leer todos los libros sobre etnobotánica de cada ciudad, provincia o localidad que visito, pero quizás uno de los primeros libros sobre el mundo de las plantas que consultaba mucho en mis primeros años de aprendizaje es el Dioscórides renovado (1961) y una película en la que nos inspiramos para darle nombre a nuestro proyecto de vida Tras el Corazón Verde (1984).

 

5. ¿Crees que el progreso humano ha deteriorado la relación hombre-planta?

Hemos cambiado la forma de relacionarnos con nuestro entorno natural, al menos en la parte del planeta en la que estamos. La tecnología nos he hecho todo más fácil, pero también más individualista y materialista. Lo curioso es que las personas que voy conociendo y cada año llegan a Corazón Verde, y por lo tanto a mi vida, buscan recuperar una relación de mayor respeto y fraternidad con la vida y, por ende, con la naturaleza.

¿Se pueden reconciliar ambos aspectos? 

Sí, estoy convencida de que se puede y de que hay muchos pequeños movimientos de personas que lo están llevando a cabo y como dijo Eduardo Galeano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”.

 

6. ¿Algo verde para comer? 

Lechugas (no es broma, me encantan), y, desde luego, los super saludables brócolis.

¿Y para oler? 

Romero, albahaca, lavanda…

 

7. ¿Un deseo verde?

Que las personas apaguen la tele y salgan al campo a oler, sentir, escuchar, aprender, comerse un bocadillo sentados en la tierra...

Ojalá sintamos que somos naturaleza, una parte, me atrevería a decir, pequeña e insignificante, pero con mucha capacidad para cambiar las cosas.

Si los adultos permitiésemos que de vez en cuando aflorase nuestro niño interior, ¿dónde querría estar ese niño o niña? ¿en el campo, en la playa, en la calle jugando o encerrado entre 4 paredes.




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