Hombrecillos


La yerba hombrecillos (o lúpulo, su adaptación popular desde el nombre científico en latín) es conocida principalmente por su utilización en la elaboración de la cerveza desde el siglo XI. En medicina se ha usado principalmente como sedante (pues calma y regulariza la actividad nerviosa) y como somnífero (pues induce al sueño al actuar directamente sobre el hipotálamo o por sedación general del organismo) en casos de insomnio, dolores de cabeza y/o nerviosismo. También se emplea para abrir el apetito y como digestivo.

Imagen: Humulus lúpulos. Fuente: Wikipedia

Pero si, como curiosidad, hoy nos preguntamos por el origen de esta denominación de hombrecillo, hay que señalar que no se encuentra información al respecto de manera directa. Como les ocurre a muchos de los nombres populares de las plantas, estos pueden ser arbitrarios, responder a una motivación que esté relacionada con las características notables de la planta o simplemente no se sabe a qué obedece su denominación. 

Esta planta es una enredadera, de tallo vivaz y trepador, se dice que semejante al espárrago en su fuerza y virtud y que mientras en las boticas se la conoce como lúpulo, en Castilla la llaman hombrecillos

En este sentido, y en un intento de entender su denominación pensamos que puede haber ciertamente una relación directa entre su naturaleza vegetal y su nombre hombrecillos. Partimos para ello de estos datos que pueden justificar esta motivación: en el Diccionario universal francés-español (1845) de Ramón Joaquín Domínguez y a partir de la voz francesa farfadé (Farfadets son criaturas del folklore francés, duendes del bosque) encontramos la siguiente definición vinculada a la voz de hombrecillo

 

Farfadet, s. m. far-fa-dè. Duende, trasgo, espíritu foleto, diablillo casero. || Fam. Chisgaravis, hombrecillo que se mete en todo, bullicioso y de poca importancia.

 

Pues bien, de manera similar al farfadet —hombrecillo que se mete en todo—, el lúpulo, en tanto enredadera y planta entremetida es como “un hombrecillo que se mete en todo”. La analogía es sencilla. Pero, sobre todo, en el modo de nombrar a las plantas, la analogía no es ocasional. 

Existe una manera de conocer el mundo vegetal que se interpreta desde el propio conocimiento del ser humano. Una manera de entender la planta como hombre. Así también el hombre como planta: de este modo decimos que “alguien tiene un buen tallo”, para referirnos a su tronco y estatura, que es “de buena planta”, que es “como la flor de la maravilla” o que “es un hombre de buena cepa”, entre otras muchas ocurrencias: la estirpe y linaje como árbol (genealógico); el ciclo de la vida (lo marchito, el florecer; la brotadura o floración y el marchitamiento de la planta como representación del auge y la crisis de la vida humana); la esencia y la naturaleza humana en formas como retoño y semilla; la mujer como flor; y las relaciones humanas como troncos y ramas entrelazados, imagen simbólica de las relaciones interpersonales, etc. Entender al ser humano como una planta o como las partes que la componen ha sido una manera de conocernos como seres que observamos la naturaleza y nos vemos reflejada en ella. Del mismo modo, esta metáfora aplica en la dirección opuesta (la planta vista y comprendida como ser humano) tal es el caso de la planta hombrecillos.

Al cabo, este lenguaje no solo es poesía, es la muestra de cómo manejamos ética y estéticamente la naturaleza y de cómo conceptualizamos lingüísticamente nuestra experiencia con ella. 


María Águeda Moreno Moreno

magueda@ujaen.es

Departamento de Filología Española. Área de Lengua Española. Universidad de Jaén. 



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